El espíritu de equipo 

La palabra “equipo” la regalan en contextos de trabajo o deportivos para referirse a muchos grupos de personas, sin tener en cuenta toda la importancia que esta nomenclatura conlleva. 

“Grupo de personas organizado para una investigación o servicio determinados”, lo define la RAE en una de sus acepciones y dentro de su aparente ambigüedad nos da pistas de los factores claves que han de tener esas personas para que se ganen el derecho de llamarse ”equipo” con todas sus letras.

¿Desde dónde parten esas personas? ¿Cuál es la base para organizarlas? ¿Qué participación se les da para ese servicio? Son algunas de las preguntas que hemos de hacernos para distinguir a un equipo de verdad de un grupo de personas que acuden a realizar un desempeño bajo el nombre de “equipo” sin tener clara su identidad ni su proyección.

Las 2 claves de base de un equipo son que esas personas sientan (no hay mejor verbo para describir esa sensación) que su unión forma parte de algo más grande, con identidad propia y además que están alineados por un objetivo común, su misión, su propósito, que vaya mucho más allá de cualquier objetivo individual o intermedio que se pueda concretar.

Uno de los principales obstáculos aquí es la sobreidenticación con objetivos, ya que hacen que los equipos se «frustren» si no los alcanzan o se «vengan muy arriba, se relajen…» si los logran, perdiendo su verdadera fortaleza, lo que de verdad les mueve a estar unidos.

Los objetivos siempre van a estar y por ello han de ser medios más que fines y tomarlos de manera natural desde un punto de vista evolutivo, para poder aprender, mejorar y sostener el crecimiento que nos proporcionen.

El otro gran obstáculo que sigue existiendo hoy en día en muchos colectivos de personas (que no auténticos equipos) es la «cultura del miedo» o «del látigo y zanahoria»… seguir navegando a la deriva sin capitanes que abrazan un timón integrador para tod@s, y que lo son a cambio de unos resultados de «hoy» y luego ya veremos como nos buscamos la vida para sostenerlos «mañana», ¿cuál es entonces la misión de esos colectivos? 

Todo lo que se salga de una identidad y misión clara cocreada por los miembros del equipo, conllevará falta de estrategia, de autonomía, de toma de decisiones, delegaciones, etc y fomentará intereses particulares (no de la unidad), por tanto habrá un sesgo claro hacia un propósito forzado y de control por y para algunos, del todo parcial, y con posibles ramificaciones hacia agujeros futuros que antes o después convendrá afrotar.

Creada una identidad integradora y ligándola con la auténtica razón de ser del equipo, hay que atender recurrentemente y estar muy atentos a lo que demandan esas personas, para hacer su día a día fructífero y que pueda hacer sostenible en el tiempo su modelo de aportarse y sumar,  están juntas para ser más fuertes, creyendo en su fuerza como unidad.  Saciar esa necesidad sin duda les retroalimenta, como si llevasen su propia batería de energía.

Una de las palancas básicas de los equipos que luchan por avanzar con identidad propia es el tiempo, y es muy necesario concederlo para integrar relaciones, generar el clima óptimo entre sus integrantes desde su apertura hasta sus sucesivos encuentros y seguimientos, para que haya una información lo más transparente posible de cara a cubrir esas necesidades.

Si ese clima es el adecuado, antes o después se transformará en un ambiente de confianza donde sin juicios, perjuicios, ni el qué dirán (ganado a fuego en la fase inicial) el equipo avanza con firmeza con su espíritu de unidad, alejado de los ruidos parciales de cada uno de los miembros.

Como consecuencia de las fases anteriores se llega al compromiso de un equipo, genuino, auténtico, de verdad navegando por cualquier mar y ajustando las velas necesarias guiados por la mejor luz posible, la del faro de su propósito.

Y tú, ¿te sientes participe de un equipo verdadero?

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